Comenzó a correr en el reino la noticia de que cierto
labrador poseía una vasija mágica, llena de agua cuya propiedad era, que quien
se acercara a beber buscando solución a sus errores encontraría sabiduría.
La cabaña donde se encontraba este prodigioso cuenco
se hallaba en medio de un bosque de alerces y pinos, cerca de un lago luminoso
y de un arroyo corredor y viajero.
Cada visitante era recibido amablemente por su
morador, un viejecito alegre y cordial que ofrecía su charla junto con algunos
alimentos a los recién llegados.
Tanto crecía la fama de la vasija, que hasta el mismo
emperador se sintió atraído a beber, y quiso comprobar por el mismo las
virtudes de la misma.
Su caballo emplumado, y con mandiles de plata pronto
estuvo listo, y un pequeño ejército elegido entre sus hombres más valientes se
movilizó a sus órdenes para buscar la cabaña.
La distancia era mucha (pero nunca se acobarda un
emperador), así es que pronto estuvieron en marcha, lenta, pero segura por las
piedras del camino que lograron que su majestad pudiera ver por única vez mas
allá de la murallas de su palacio.
Las aves volaban libres, y las flores de colores
crecían aquí y allá, y el perfume del aire opacaba al mejor incienso quemado en
su regio dormitorio.
A medida que recorría el camino el cielo azul lograba
deslumbrarlo como el mejor tapiz azul-turquesa que poseía.
Al llegar, el leñador se asombró de la “divina”
presencia y se arrodilló preguntando a que se debía semejante honor.
El emperador respondió que sabia de la existencia de
la vasija maravillosa y quería beber de su agua portentosa, a lo que el montañés
respondió que mucha gente había bebido de su agua y se había sentido realmente
bien, pero que el tomaba de la misma todos los días y no notaba nada extraño, ya
que desde varias generaciones la misma había estado en su familia.
- ¡De cualquier manera probaré!, mi buen súbdito.
-No creerás que he hecho semejante viaje en vano,
aunque eso si debo reconocer que he sentido sensaciones a lo largo del mismo
que mi alma no conocía.
-Su deseo es una orden majestad-y alargó un
recipiente con agua de la gran vasija
Al beber el monarca esperó algún síntoma
extravagante, pero luego meditó en voz alta:
-¡No se siente nada anormal!, solo he saciado la sed
del camino…
A lo que el dueño de casa, que no era otro que un
hombre santo respondió:
-Permitidme alteza que haga una reflexión con vos…
-Sea-contestó el emperador
-Al venir buscando reparar errores cometidos, ¡ya os
habéis convertido en sabio!
El agua mágica ha sido solo un instrumento del
destino para acercarte a la sabiduría ¿No lo creéis?
El emperador meditó en su vida…, el camino, el agua…y
todo pasó como una ráfaga…
-¡Tenéis razón!-exclamó
-¡La vasija realmente es mágica!
…y a la sombra de un cerezo, los dos seres tan diferentes
sonrieron.
Autor: Rubén Alberto Ibero
Autor: Rubén Alberto Ibero
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